miércoles, 18 de septiembre de 2013

Confesión #1


Somos extremistas, nos gusta sentir el infierno y el cielo de vez en cuando. Hay personas que causan dentro de nosotros esa sensación de alegría, dependencia, su sonrisa es una simple acción-reacción para cualquier estímulo de nuestro cuerpo. Aparecen en la habitación y de repente todo se vuelve luz, esa persona se vuelve nuestro cielo. Cielo que nos hace volar, sentirnos infinitos, creer en todo lo que parece imposible. 
Su boca, por ejemplo. Transformaba mis malestares en beneficios porque sabía que con sus besos me cura.  
Sus ojos. Era inevitable que sonriera cada vez que ellos me miraban, sé que él sabía que era mío.
Su aroma. En su ausencia lo único que quería era regresar a ese momento en que su fragancia inundaba mis sentidos y me hacía agradecerle mi felicidad.
Su piel, mi favorita de entre todas por esa calidez que le otorgaba a mi alma, su textura que enamoraba a mis manos.
Su sonrisa, la encargada de poner mi mundo de cabeza porque no había luz más brillante e hipnotizaste que la que irradiaba cuando lo veía sonreír.
Su cabello. Mis manos se encargaron de conocerlo bien en la pasión y en cada momento junto a él.
Sus manos, que acariciaban cada parte de mi esencia y me garantizaba que, por lo menos ese día, todo estaría bien.
Por otro lado, para todos nos es igual de atractivo el infierno. Lo prohibido, lo imposible, lo tentador que ganaba en cada duelo de la razón. Es un dolor que satisface, da placer en niveles lógicamente incomprensibles. Esas cosas que nos hacen sentir el ardor más grande en la herida más abierta.
Como su boca, por decir algo. Sé que la besa a ella pero esa esperanza de que me preste unos cuantos besos me mantiene ahí y me encanta.
Sus ojos. Su mirada ausente me cautiva y me hace desear estar entre sus pensamientos aunque el deseo no sea más que utópico.
Su aroma. Lo único que me trae son recuerdos que siguen aquí porque sólo así puedo mantenerlo conmigo.
Su piel. Cualquier roce causaba escalofríos que traían consigo el dolor de saber que su piel ya no estaría alrededor de mí.
Su sonrisa. Un amable recordatorio de todo lo que alguna vez amé ahora es todo lo que puede lastimarme.
Su cabello, enredado ahora entre los dedos de alguien más que aclama su nombre y a él como de su propiedad.
Sus manos, que me hacían odiar a cada persona que recibiera sus caricias, su amor.
A todo ser humano le gusta sentir el cielo y el infierno, los dos juntos, nunca uno sólo. Con él, yo tenía esos dos.


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